Haití y la verdad por Fernando Martínez Heredia‏

Haití y la verdad

La verdad que nos hace palpable Haití es que sólo son respetados y
salen adelante los pueblos que hacen revoluciones, logran liberarse,
cambiarse a sí mismos y constituir poderes populares muy fuertes, para
ser capaces de vencer a sus enemigos y de realizar tareas casi
imposibles, para ser sociedades viables que repartan entre todos el
bienestar y la dignidad.


Fernando Martínez Heredia



Víctimas de un terremoto, los haitianos han muerto en masa. En la
década que terminará en diciembre, esta tragedia me parece comparable
a la muerte en masa de indonesios y asiáticos por un tsunami, a
finales de 2004. Unos y otros han muerto en masa por los cataclismos,
pero sobre todo porque sus sociedades no cuentan con medios ni
sistemas para defender mejor la vida de la gente. Por otra parte,
desde 2003 las fuerzas armadas de Estados Unidos han producido una
muerte en masa de civiles no combatientes en Iraq que es mucho mayor
que la suma de víctimas causadas por ambos desastres naturales. La
verdad es que recibir la muerte en masa es uno de los pocos
privilegios que le van quedando al que llamaban Tercer Mundo cuando
las ideologías dividieron en dos al mundo regido por el capitalismo.

La palabra "humanitario/ a" se instaló y se ha repetido hasta el
cansancio en los medios de comunicación y en la prosa oficial.
"Ayudas" de los poderosos a los mismos que han despojado
históricamente de casi todo, bombardeos contra bodas y hospitales,
agresiones a países e intervenciones armadas, han portado el apellido
"humanitario/ a". Ellos no han tenido una reacción humanitaria ­o al
menos humana- frente a la catástrofe de Haití. Con abismal tacañería y
total impunidad se ha hablado de rebajarle el monto de sus deudas
internacionales, se ha prometido darle algo, y ya se está dejando de
hablar del tema. La verdad es que "humanitario/ a" es una de las
expresiones más infames de la lengua prostituida y al servicio de la
dominación más sucia, que hoy predomina en el sistema totalitario de
información y formación de opinión pública que llamamos medios de
comunicación, y se repite hasta el cansancio por los cómplices y por
los tontos.

Miles de soldados estadounidenses han ocupado militarmente los puntos
de Haití que han estimado conveniente, a partir del terremoto.
Comentaron que era para combatir estallidos de violencia que no ha
habido, pero no se han ido. No le dieron explicación a nadie, ni ellos
ni esa sombra internacional llamada Naciones Unidas. En esto también
va mal la década que termina. Cuando invadieron Afganistán, hubo una
explicación; era mentira, pero la dieron. Cuando invadieron Iraq
hicieron una gigantesca campaña de mentiras para justificarlo, pero la
hicieron.

La verdad es que la soberanía nacional de la mayoría de los Estados no
es respetada por los imperialistas, y ha regresado la antigua práctica
de hacer ocupaciones militares permanentes de países independientes.
La verdad es que se ha perdido gran parte de lo avanzado por el mundo
que fue colonizado, saqueado, explotado y avasallado en nombre de la
civilización y el progreso, para que el capitalismo se volviera
imperialismo y lograra ser la fuerza predominante en el planeta.
Avances conquistados sobre todo mediante los sacrificios y los
heroísmos de millones de personas, que forjaron sus países y sus
regímenes sociales a través de revoluciones. Haití fue el primer país
que conquistó su independencia en este continente que desde hace siglo
y medio se dio en llamar América Latina.

En Asia, África y América Latina y el Caribe, los imperialistas se
están apoderando -por todos los medios que estiman necesarios y sin
mayor recato- de aquellos recursos naturales que han decidido explotar
para servirse de ellos, o que han resuelto poseer como reservas para
cuando convenga explotarlos a sus negocios y su estrategia. La verdad
es que está en curso un proceso de recolonizació n selectiva de países
a escala mundial, que va liquidando incluso el neocolonialismo,
aquella forma de dominación de Estados independientes que se volvió
determinante después de 1945, y que evidenciaba la madurez del sistema
capitalista. Haití posee reservas minerales sumamente valiosas; lo más
probable es que le toque en la estrategia imperialista servir como
reserva, por ahora.

Poco antes de la famosa y muy publicitada crisis financiera de 2008 se
habló de una crisis alimentaria ­en realidad, a lo largo del planeta
siguen reinando el hambre y la desnutrición, su hermana menor-, de la
que se ofrecieron explicaciones sometidas a una lógica de la ganancia,
los precios, la producción y el mercado gobernados por el capitalismo.
Después, en este mundo lleno de imágenes, nos forzaron a consumir
varios miles de horas con el tema de la salvación de la sagrada
institución de los bancos, ejecutada por los Estados. De la crisis
alimentaria hubo pocas imágenes, aunque siempre hay: esa es una
función de naturalizació n de las iniquidades, dándoles su pequeño
momento público. Así se nutre la creencia en que "todo" aparece en las
imágenes, y lo que no aparece es porque no sucedió. Recuerdo una de
esas pocas, la de un reparto de alimentos a una multitud de
hambrientos desesperados en Haití. Soldados bien armados custodiaban a
los repartidores, y una niñita quedaba enredada en una alambrada
militar mientras luchaba por alcanzar algo. La verdad es que la idea
de desarrollo, que tuvo su apogeo hace casi medio siglo, ha sido
abandonada y olvidada, y es sustituida por la filantropía. Esta virtud
cardinal laica burguesa -que de paso propicia exención de impuestos-
se une a las donaciones que negocian los Estados y las grandes
empresas, y que reparten prósperos administradores. Constituyen el
mundo contemporáneo de la limosna, y son un ridículo fragmento de lo
que se les ha robado y se les sigue robando a sus destinatarios.

Sin que sea posible evitarlo, este año se ha bautizado como el del
bicentenario del inicio de las luchas por la independencia de nuestra
América. La verdad es que el bicentenario sucedió en 1991. Doscientos
años antes, en Sainte Domingue, la más rica colonia de Francia,
comenzó la insurrección popular contra la esclavitud y el
colonialismo, y estalló una gran revolución, la primera de este
continente. La gente de abajo peleó con una abnegación y un heroísmo
ejemplares, derrotó a los franceses, los españoles y los ingleses, y
finalmente venció al ejército de Napoleón ­el triunfador en Europa-,
en la batalla de Vertieres, que no se estudia en las escuelas de
nuestro continente. Los revolucionarios aprendieron a considerarse
personas completas, a sentir y ejercer la libertad, a procurarse la
justicia por sí mismos, a organizarse en ejército y fundar un país, al
que nombraron Haití, a constituir una república y dotarse de una
Constitución superior a la de los Estados Unidos, que establecía que
todas las personas nacen y son libres, y no pueden ser esclavizadas.
En vez de celebrar el bicentenario en 1991, reparación histórica que
merecía Haití ­ya que nunca recibirá la reparación económica a la que
tiene derecho por el saqueo mediante el tributo a que fue sometida
después de su independencia- , los latinoamericanos nos debatíamos
entonces con el engendro del 500 aniversario del "descubrimiento" , o
del "encuentro de las culturas" -que es casi lo mismo-, y ganaba
terreno la idea espuria de que somos iberoamericanos.

La verdad es que Haití nos viene mostrando desde hace mucho tiempo el
precio tan alto que está pagando la humanidad por el dominio del
imperialismo estadounidense a escala mundial, por el carácter
parasitario, hipercentralizador, excluyente y depredador del medio que
está en la naturaleza misma del capitalismo actual, al mismo tiempo
que por el retroceso general de las luchas de clases y de liberación
nacional. Los descarados que le regatean a Haití la reducción de sus
deudas le impusieron la liberalizació n del comercio que acabó con su
producción doméstica de alimentos, obligándolo a gastar la mayoría de
sus ingresos en importarlos y llenando las ciudades de menesterosos.
En 1802, bajo el régimen de Toussaint, los haitianos produjeron dos
tercios del azúcar que producía la colonia; dos siglos después, Haití
está obligada a vivir de las remesas que envía la multitud de sus
hijos emigrados. Tres de cada cuatro haitianos logran menos de dos
dólares diarios para sobrevivir, y la infraestructura urbana es muy
escasa o inexistente. Su soberanía nacional ha sido conculcada por la
sangrienta ocupación militar estadounidense de 1915-1934 y por el
control o la influencia decisiva sobre sus gobiernos a lo largo del
siglo y el dominio neocolonial sobre el país. Otra vez Estados Unidos
invadió y ocupó Haití en 1994-1996. Después del golpe de estado de
2004, la ONU desplegó allí una fuerza de ocupación militar permanente
que no ha ayudado en nada respecto a los gravísimos problemas sociales
del país, pero ha cometido crímenes y violaciones contra la población haitiana.

De la época de las cañoneras a la del "poder inteligente" han
transcurrido cien años y han cambiado muchas cosas. Pero la verdad es
que el recurso a la agresión y la intervención, el uso de la fuerza
sin respeto alguno al derecho, son una constante en la política de los
Estados Unidos hacia nuestro continente.

El 12 de enero, varios cientos de profesionales de la salud cubanos
trabajaban en todo Haití, en labores gratuitas que se ejercen desde
1998 y se extienden a otras áreas de la vida del país. En la Escuela
Latinoamericana de Medicina de Cuba, también gratuita, se han graduado
ya 543 haitianos y estudian otros seiscientos. Ante el sismo, los
cubanos proveyeron la primera atención médica. Todos conocen la
entrega incansable de ellos y los que han ido llegando. Casi mil
­entre ellos 380 haitianos formados en Cuba- forman hoy el ejército
cubano para la vida que trabaja en Haití. Ya logran una atención
integral a los pacientes ­más de 50.000- y una atención de salud a la
población que está creciendo. Cuba ejerce una solidaridad real con su
vecino más cercano, una relación entre seres humanos, eficaz,
fraternal y respetuosa del gran pueblo que la recibe.

La verdad es que Cuba puede ser solidaria con Haití porque mantiene su
revolución socialista, ha formado un pueblo que tiene capacidades
extraordinarias y no se deja ganar por el egoísmo y el afán de lucro,
posee un nivel de conciencia política realmente admirable y tiene una
organización social y estatal muy fuerte. La tarde del 12 de enero,
30.000 personas se trasladaron a lugares altos en menos de una hora en
Baracoa, en perfecto orden, en previsión de un posible tsunami. El
sistema de defensa civil contra desastres de Cuba es uno de los
mejores del mundo, por lo que su población se defiende con éxito de
los cataclismos, hoy agravados por los cambios climáticos. El gobierno
ha movilizado todo lo que ha estado a su alcance a favor del pueblo
haitiano y de una reconstrucció n que lo fortalezca realmente, y la
sociedad, que participa decisivamente con los esfuerzos de sus hijos,
se mantiene al tanto, conmovida, de lo que sucede en Haití.

El ALBA, que también estaba aportando a la salud, la educación y otros
sectores de infraestructura y producción en Haití antes del terremoto,
respondió con rapidez y eficiencia ante la tragedia, y unió sus
recursos al esfuerzo de los cubanos y haitianos por ampliar y
sistematizar los servicios de salud. La reunión de su Consejo Político
en Caracas, el 24/25 de enero, acordó proponer a Haití un plan más
ambicioso en ese campo, y extender las acciones a los niños, el
sistema escolar y los alimentos. La Declaración del ALBA es precisa:
los esfuerzos de reconstrucció n "deberán tener al pueblo y al
Gobierno de Haití como principales protagonistas, respetando los
principios de soberanía e integridad territorial" .

La verdad que nos hace palpable Haití es que sólo son respetados y
salen adelante los pueblos que hacen revoluciones, logran liberarse,
cambiarse a sí mismos y constituir poderes populares muy fuertes, para
ser capaces de vencer a sus enemigos y de realizar tareas casi
imposibles, para ser sociedades viables que repartan entre todos el
bienestar y la dignidad. Que del sistema capitalista no se puede
esperar otra cosa que explotación, opresión, despojo, agresión,
mezquindad y desprecio. Que el imperialismo norteamericano es el
campeón mundial en todas esas prácticas. Que sólo la solidaridad
internacionalista ­como la que brindó Haití a Bolívar hace dos siglos-
les dará fuerzas suficientes a los pueblos de nuestra América para
defenderse con éxito y para cambiar el mundo y la vida a favor de las
mayorías. Que tenemos por delante un prolongado camino de combates y
arduos trabajos, y sólo la unión de los oprimidos y los poderes
populares, y las alianzas entre los que estén dispuestos a conquistar
la segunda independencia, nos dará la victoria.

Gracias, pueblo hermano de Haití. Igual que ayer nos mostraste la vía
hacia la libertad y la justicia, hoy nos aclaras, con tus entrañas
destrozadas pero tu dignidad incólume, las verdades fundamentales que
debemos aprender y practicar.

(tomado de Cubarte y La Haine)

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