HASTA SIEMPRE SARAMAGO


La sangre en Chiapas
José Saramago

Toda sangre tiene su historia. Corre sin descanso en el interior laberíntico del cuerpo y no pierde el rumbo ni el sentido, enrojece de súbito el rostro y lo empalidece huyendo de él, irrumpe bruscamente de un rasguño de la piel, se convierte en capa protectora de una herida, encharca campos de batalla y lugares de tortura, se transforma en río sobre el asfalto de una carretera.

La sangre nos guía, la sangre nos levanta, con la sangre dormimos y con la sangre despertamos, con la sangre nos perdemos y salvamos, con la sangre vivimos, con la sangre morimos. Se convierte en leche y alimenta a los niños en brazos de las madres, se convierte en lágrima y llora sobre los asesinados, se convierte en revuelta y levanta un puño cerrado y un arma.

La sangre se sirve de los ojos para ver, entender y juzgar, se sirve de las manos para el trabajo y para la caricia, se sirve de los pies para ir hasta donde el deber la manda. La sangre es hombre y es mujer, se cubre de luto o de fiesta, pone una flor en la cintura, y cuando toma nombres que no son los suyos es porque esos nombres pertenecen a todos los que son de la misma sangre.

La sangre sabe mucho, la sangre sabe la sangre que tiene. A veces la sangre monta a caballo y fuma en pipa, a veces mira con ojos secos porque el dolor los ha secado, a veces sonríe con una boca de lejos y una sonrisa de cerca, a veces esconde la cara pero deja que el alma se muestre, a veces implora la misericordia de un muro mudo y ciego, a veces es un niño sangrando que va llevado en brazos, a veces diseña figuras vigilantes en las paredes de las casas, a veces es la mirada fija de esas figuras, a veces la atan, a veces se desata, a veces se hace gigante para subir las murallas, a veces hierve, a veces se calma, a veces es como un incendio que todo lo abrasa, a veces es una luz casi suave, un suspiro, un sueño, un descansar la cabeza en el hombro de la sangre que está al lado.

Hay sangres que hasta cuando están frías queman. Esas sangres son eternas como la esperanza.

Tomado de: el cuaderno de Saramago. 1 /09/ 2009

http://cuaderno.josesaramago.org



SOBRE CHIAPAS

José Saramago

Cada mañana, cuando nos despertamos, podemos preguntarnos qué nuevo horror nos habrá deparado, no el mundo, que ése, pobre de él, es sólo víctima paciente, sino nuestros semejantes, los hombres. Y cada día nuestro temor se ve cumplido, porque el ser humano, que inventó las leyes para organizarse la vida, inventó también, en el mismo momento o incluso antes, la perversidad para utilizar esas leyes en beneficio propio y sobre todo, en contra de los demás. El hombre, mi semejante, nuestro semejante, patentó la crueldad como fórmula de uso exclusivo en el Planeta y desde la perversión de la crueldad ha organizado una filosofía, un pensamiento, una ideología, en definitiva, un sistema de dominio y de control que ha abocado al mundo a esta situación enferma en que hoy se encuentra.

Fuimos a México, a Chiapas, al centro del dolor y al corazón de nuestro pasado, al único lugar donde el conocimiento podía producirse. Fuimos a Chiapas y nos vimos reflejados en las miradas de los niños sobrevivientes de las matanzas de la historia, en los ojos negros de los niños mutilados, en la paciencia incomprensible de los ancianos que nos observaban, quizá queriendo comprender también ellos. Viendo a los indios chiapanecos descubrimos nuevos rostros de la lógica del poder, tan igual siempre, tan inmutable a lo largo del tiempo, de las generaciones y de los usos políticos.

Estuvimos en Chiapas. Vimos las casas de los indios, los campamentos de desplazados, los asentamientos provisionales y los considerados definitivos. Conocimos sus propuestas para el futuro, que para ellos siempre será imperfecto, y que están reflejados en los Acuerdos de San Andrés que el gobierno suscribió y ahora no quiere respetar. Vimos al ejército mexicano con uniformes de campaña y equipado para iniciar una guerra. Vimos a los compañeros y compañeras internacionalistas asistiendo a niños desnutridos y a mujeres jóvenes que han perdido su dentadura y el cuerpo se les ha resquebrajado como se desquebraja el barro seco que sostiene sus pobres casas. Vimos la pobreza, la humillación, el dolor, pero también vimos la dignidad en las palabras del guerrillero que nos describía por qué decidió rebelarse y secundar el llamamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, último y quizás único recurso para frenar el lento genocidio que vienen padeciendo los indios de México y del resto de América.

Porque los indios de Chiapas no son los únicos humillados y vencidos del mundo: en los cinco continentes se repiten cada día situaciones de vejación y crimen contra grupos, etnias, pueblos, en definitiva, contra los pobres de los pobres, contra lo que el sisitema imperante, el capitalismo autoritario que rige el mundo, considera inútil para sus objetivos y por lo tanto, descartable, saldo, material de derribo susceptible de eliminación sin pagar por ello. Sin que los auténticos responsables paguen por ello, como una y otra vez estamos viendo.

Sin embargo, en Chiapas se ha dicho basta. Los indios se han organizado para combatir y negociar. En torno al subcomandante Marcos, han plantado cara al gobierno y han dado una lección de dignidad al mundo, y esto no es retórica. La decisión firme de vivir otra vida la percibimos en los hombres y las mujeres con las que hablamos, en la firmeza y en la rotundidad de gestos y palabras, en la nueva concepción que de ellos mismos tienen. Los indios han asumido para ellos el proyecto de Zapata, es decir la bandera de "Tierra y libertad" que Zapata esgrimió. Y seguirán combatiendo al gobierno, al latifundio, al capital, a la concepción de la historia que los considera superfluos, especie a extinguir.

Fuimos a Chiapas. Recogimos impresiones, conocimiento, emociones. Compartimos el dolor y las lágrimas. Como otros que fueron antes y los que irán en el futuro. Sabemos que tenemos la obligación de contar lo que vimos, decir los nombres de los niños, de los cooperantes, de las personas que se hicieron indias para poder sentir como los indios y así comprender mejor. Vinimos cargados de nombres, Jerónimo, Pedro, María, Ulises, Samuel, Maracos, Rafael, Ramona, Rosario, Carlos, nombres castellanos para una gente antigua y contemporánea.

Chiapas no es una noticia en un periódico, ni la ración cotidiana de horror. Chiapas es un lugar de dignidad, un foco de rebelión en un mundo patéticamente adormecido. Debemos seguir viajando a Chiapas y hablando de Chiapas. Ellos nos lo piden. Dicen en un cartel que se encuentra a la salida del campo de refugiados de Polhó: " Cuando el último os hayáis ido, ¿qué va a ser de nosotros?".

Ellos no saben que cuando se ha estado en Chiapas, ya no se sale jamás.

Por eso hoy estamos todos en Chiapas.

© José Saramago 1998

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