Un nuevo apartheid entre pobres y ricos. EL Otro Mundial en Sudáfrica

Muchas personas fueron desplazadas para la construcción de nuevos estadios de futbol. La gente no fue sacada de las barracas para llevarla a una casa. Se la llevaron a otras barrancas sin luz, sin agua y sin nada”.

Gloria Muñoz Ramírez
Traducción del italiano al español: Fabio Bianchi
Traducción del inglés al italiano: Filippo Mondini

Roma, Italia. Muy lejos de los festejos de la Copa del Mundo, más de un millón de sudafricanos sobreviven en casas de láminas y cartón, sin agua ni luz, con una letrina para cientos de personas, sin escuelas ni servicios de salud. Y ahora, con el Mundial, miles de ellos fueron desplazados de las barracas para construir los estadios de futbol que en los próximos días estarán colmados de gente de los cinco Continentes. Son los sudafricanos que estorban a la justa deportiva, al igual que los niños que viven en las calles de las principales ciudades “y que han ido desapareciendo sin que sepamos a dónde se los han llevado”, señala Busisiwe Mdlalose, delegada de Abahlali baseMjondolo (AbM), movimiento de personas que viven en chozas y casas de cartón.

“¿Debe Sudáfrica sentirse contenta porque ahí se celebra la Copa del Mundo?”, se pregunta Therbani Ngonfoma, otro integrante del movimiento de pobres más grande de un país repleto de contradicciones. “La Copa del Mundo –se responde él mismo- es el evento más importante que pasa en el Continente. Cuando anunciaron que se celebraría en Sudáfrica todos estuvimos contentos porque pensamos que mejoraría la vida de las personas, pero hemos visto que los pobres no nos beneficiamos. No se puede pensar que podemos beneficiarnos si desde el principio no fuimos involucrados ni consultados”.

El Mundial, asegura Therbani, “ha hecho la vida de los pobres aún más difícil. Muchas personas fueron desplazadas para la construcción de nuevos estadios de futbol. La gente no fue sacada de las barracas para llevarla a una casa. Se la llevaron a otras barrancas sin luz, sin agua y sin nada”.

Busisiwe Mdlalose, Therbani Ngonfoma y Philani Zungu conforman la delegación del movimiento Abahlali baseMjondolo que durante la segunda quincena de mayo recorrió Italia para difundir la lucha y organización de los habitantes de los asentamientos irregulares en Sudáfrica y para conocer los movimientos sociales en este país, en una gira organizada por la revista Carta junto a otras asociaciones.

En entrevista con Desinformémonos los delegados de AbM detallan la situación en la que sobreviven decenas de miles de personas en las barracas, el inicio de su movimiento en demanda de tierra y viviendas, la organización interna y la construcción de la autonomía en los asentamientos y las contradicciones de un gobierno emanado del Congreso Nacional Africano (CNA), que ellos mismos llevaron al poder hace 16 años y “no ha cumplido con sus promesas, haciendo ahora un nuevo apartheid entre ricos y pobres”.

En la víspera de la Copa del Mundo, Therbani Ngonfoma explica que la Constitución de Sudáfrica señala que “si alguien es desplazado de una barranca tiene que ser llevado a una casa con servicios, pero se están llevando a la gente a campos de tránsito en los que la única diferencia con las barracas es que son construidos por la municipalidad y no por la gente”.

“Nosotros amamos nuestro país –aclara Ngonfoma- pero no estamos callados ni cruzados de brazos. Cada vez que hablamos nos dicen que somos una amenaza para la seguridad del país, pero no lo somos. Sólo pedimos ser involucrados de manera significativa y queremos que ellos mantengan las promesas que hicieron cuando los elegimos. No podemos quedarnos callados ante lo que sucede en Sudáfrica”, sentencia.

El Mundial de futbol es también un pretexto para hablar sobre un movimiento que ha estado silenciado. Se trata, explican los entrevistados, de darle visibilidad a las contradicciones de la competencia en Sudáfrica, en un momento en que los ojos del mundo están ahí.

El movimiento Abahlali baseMjondolo (AbM) inició en 2005, en la ciudad de Durban, en una barraca (asentamiento o favela) de la calle de Kennedy Road y ahora incluye a más de 10 mil de personas de 30 barriadas. AbM “no tiene conexión con ningún partido político y mantiene al interior una democracia participativa, en la que los líderes no deciden qué hacer, pues las decisiones las toma el movimiento. Los líderes escuchan y facilitan las conexiones entre la gente. Esta es la democracia que nosotros vivimos y es la que queremos que apliquen los gobiernos en los países”, explica Ngonfoma.

“Venimos de una nación –continúa- que tiene una Constitución que todo el mundo envidia, en la que está escrito que toda la gente tiene derecho de expresión y asociación, además de garantizar muchos más derechos. Lo extraño es que las leyes no se aplican y una democracia que solo se queda en los libros es buena para los museos”.

AbM se organiza con un comité al interior de cada barraca y todos los comités eligen un comité central. Cada año se celebra un encuentro nacional y se cambian los líderes. El movimiento, explican sus integrantes, inicio en las barracas pero ahora también participan los habitantes de las casas populares y también tienen presencia en zonas rurales, en las que el fin de apartheid no conllevó ningún cambio en la vida.

El movimiento de Abahlali es, antes que nada, por tierra y por casas. “Se puede hablar de demandas de servicios como agua, luz, sanitarios, etcétera, pero lo primero es la tierra y luego las casas. Si no hay tierra no hay nada”, advierte Therbani.

La lucha la están dando por dos vías: la política y la legal. La batalla legal se dio cuando la municipalidad propuso una ley para impedir la construcción de las barracas. “Se trató de ley anticonstitucional y por eso enfrentamos al gobierno en los Tribunales. Primero perdimos la causa en la Suprema Corte, luego seguimos la lucha en la Corte Constitucional y logramos un juicio a favor del movimiento”, relata el delegado de AbM. Pero cada triunfo, cada cosa que pasa con el movimiento, añade, “es política”.

El año pasado el movimiento fue reprimido en Kenedy Road y fueron asesinadas tres personas. Durante el ataque destruyeron varias barracas y hasta la fecha ninguno de los agresores ha sido detenido. Cuando miembros del movimiento fueron a denunciar la represión fueron rechazados y, por el contrario, 13 personas fueron arrestadas y permanecen en la cárcel.

La vida en las barrancas

Los delegados de AbM que recorren Italia explican en cada actividad las condiciones en las que sobreviven en los asentamientos. En una barraca, por ejemplo, “el terrateniente retiene a los animales que caminan por las tierras que dice que le pertenecen, pero en esa tierra indígena los animales siempre han caminado ¿porqué dice que es de él? En invierno ese terrateniente entró con tractores a la barraca y dañó 30 casas. Ese mismo invierno murieron 3 ancianos por el frio y el gobierno no hizo nada”. En esa misma barraca 3 niños entraron a un sembradío y el terrateniente les disparó porque los encontró comiéndose un plátano.

Otro ejemplo de lo que sucede en Sudáfrica: El gobierno declaró zona de caza una zona rural. Cercaron el predio y pusieron junto a la gente que vive ahí a los animales salvajes para que la gente rica fuera de cacería.

La construcción de la autonomía

Philani Zungu cuenta que el movimiento ha decidió tomar lo que necesitan para vivir. “Para el gobierno esto es ilegal, pero nosotros lo tomamos porque la vida lo requiere. Hemos tomado la electricidad en una operación que llamamos Cakanysa. También tomamos la red de agua y la hacemos autogestiva, al igual que la electricidad”.

Las tomas de las redes de agua y luz, explica Zungu, “hacen al movimiento muy vivo, porque llega la policía a desconectarlas, nosotros la enfrentamos y volvemos a conectarnos”.

La autonomía dentro de las barriadas ha conseguido organizar guarderías para niños y espacios colectivos para gente que no tiene casa. Para organizar la salud reciben la colaboración de diversas asociaciones. “Nada es fácil, todo lo que logramos es producto de la lucha, porque la municipalidad quería imponer sus proyectos de salud”, señala el joven sudafricano. “Son cosas sencillas de entender –añade- pero ellos no las entienden, por eso hemos llegado a la conclusión de que necesitan una Universidad, en la que les vamos a explicar la vida a través de nuestra experiencia. La Universidad será vivir con nosotros, con los mosquitos, los incendios y las inundaciones. La autoridad tiene que venir aquí a aprender”.

Busisiwe Mdlalose, la única mujer de la delegación, relata que en las manifestaciones y enfrentamientos con la policía las mujeres siempre están en la primera fila “porque tienen la responsabilidad de la vida de la familia y de la comunidad. Ellas experimentan el dolor de dar vida a sus hijos y por eso luchan”, dice.

El rol de la mujer dentro del movimiento, explica Mdlalose , “es como el de una asistente social de la comunidad. Ellas van a encontrar a los enfermos, van a dar pláticas a los jóvenes sobre la vida misma y sobre cómo hacer la lucha. Las mujeres encuentran muchos problemas, pero son ellas las que dicen que no hay que pararse y hay que seguir adelante. Si yo fuera el gobierno –afirma tajante- escucharía a estas mujeres y trabajaría junto a ellas”.

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