A pesar del hostigamiento en su contra (ocho asesinatos y tres desapariciones forzadas), la comunidad nahua de Ostula celebra un año de autonomía y autodefensa indígena. No ha sido fácil, pero el proyecto autónomo avanza.
Alfredo Duarte CorteFotografía: Florencio Pozas
Xayakalan, Michoacán. El pasado 29 de junio se conmemoró el primer año del día en que cientos de hombres y mujeres indígenas de la comunidad nahua de Santa María de Ostula, bajaron de su comunidad, enclavada en la sierra madre del sur, con destino a sus territorios ancestrales en la costa michoacana, para recuperar un territorio de aproximadamente 700 hectáreas que les había siendo despojado por un pequeño grupo de mestizos del poblado cercano de La Placita, caciques con fuerte poder económico y político en la región, además ligados al narcotráfico.
Esta recuperación abrió un referente de gran importancia para entender las formas en cómo se organizan y resisten las poblaciones campesinas del México indígena ante el acoso y la lógica de exterminio en el capitalismo contemporáneo, situando a esta comunidad en un lugar importante del imaginario que hoy sigue dando vida a las modernas luchas autónomas de emancipación.
Los comuneros nahuas de Ostula, apoyados por sus vecinos de Coire y Pómaro, reagruparon para la recuperación a sus cuerpos de policía comunitaria, forma ancestral de autodefensa para muchas de las comunidades indígenas de México y tras el enfrentamiento con los guardias de los caciques lograron replegarlos y tomar control de la zona que hasta el día de hoy resguardan. En forma simultánea, la comunidad de Ostula comenzó ese día la edificación del poblado de Xayakalan construyendo más de veinte casas y la jefatura del lugar. Estas dos estrategias les han permitido mantener el control de la zona y dar los primeros pasos en la construcción del proyecto autónomo del poblado Xayakalan.
Santa María de Ostula es, junto con Coire y Pómaro, una de las tres comunidades indígenas nahuas de la zona costa-sierra del municipio de Aquila, en el estado mexicano de Michoacán. Su territorio es rico en recursos naturales, su colorido paisaje hace contrastar el verde de las montañas casi vírgenes, habitadas por múltiples especies de flora y fauna, con el café y el azul de sus largos linderos de playas y mares. La gente de este lugar vive principalmente de sus cultivos, la producción es destinada en su mayoría al autoconsumo y aunque el comercio de los productos del campo en los mercados locales y la migración nacional e internacional en forma temporal son también formas importantes para el sustento de la vida, el trabajo de la tierra sigue siendo el que hace de Ostula una comunidad con fuertes grados de autorregulación.
Un conflicto limítrofe con grandes inconsistencias
La comunidad de Ostula cuenta con títulos de propiedad que avalan la posesión de los terrenos recuperados hace un año, estos títulos datan de la época virreinal y fueron confirmados en una resolución presidencial en 1964. Sin embargo, hay algunos factores que hacen que el conflicto no haya podido tener una salida por la vía legal.
La resolución presidencial que acredita a la comunidad de Ostula como propietaria de la zona de playa que hoy se conoce como Xayakalan, tuvo grandes inconsistencias cuando se hicieron las mediciones sobre los linderos. Los encargados por parte de las autoridades de medir los terrenos en los años sesenta no tenían conocimiento de la zona y redujeron el territorio de la comunidad indígena dejando cientos de hectáreas como pequeña propiedad. Esto ocasionó que desde finales de los años sesenta los grupos de pequeños propietarios comenzaran a invadir la propiedad comunal.
La comunidad de Ostula no ha dejó de insistir en el reconocimiento de su territorio desde hace varias décadas, sin tener una respuesta satisfactoria por parte de las autoridades. Después de varias ocupaciones por parte de los grupos de rancheros de La Placita, en últimos tiempos es cuando la comunidad de Ostula decide no tolerar más esta situación. Don Trino Cruz, comunero de Ostula, explica: “Cuando nosotros vimos que hicimos una lucha por la vía legal y no conseguimos nada, que el gobierno no nos atendió y nos dio la espalda durante tantos años, tuvimos que organizarnos por nuestra cuenta y así recuperar nuestras tierras que ya estaban ocupando los supuestos pequeños propietarios. Por eso nos organizamos y ahora estamos aquí viviendo en Xayakalan”.
La autonomía en la cotidianidad
Este primer año de resistencia en la comunidad se han vivido con una intensa actividad cotidiana en el poblado de Xayakalan. Los días pasan entre las guardias que los hombres de la policía comunitaria llevan a cabo en recorridos por todo el territorio y los turnos que las mujeres hacen para tener listos los almuerzos en el comedor comunitario.
Han sido meses de un intenso trabajo de rotación de turnos para la vigilancia y para organizar la comida. Sin embargo a la mayoría parece agradar este trabajo. El comedor comunitario y los rondines de la policía comunitaria se vuelven espacios cotidianos donde la socialización permite pasar ratos amenos, las mujeres del comedor se ponen al día de la vida de la comunidad mientras desgranan el maíz para las tortillas, de la misma forma lo hacen los hombres que mantienen los campamentos en la playa mientras cuidan la zona de alguna incursión enemiga.
Los días son complementan con el trabajo en la construcción de nuevas viviendas. En un principio se construyeron poco más de veinte casas de adobe y techo de lámina de asbesto, y en los meses posteriores se han construido por lo menos otras diez de palos y techo de palma. La idea, tal como la platican los comuneros, es que poco a poco la gente de Ostula vaya ocupando el territorio para vivir o sembrar parcelas. Este proceso ha ido teniendo resultados visibles desde el día de la recuperación hasta ahora que se cumple un año de la resistencia.
Otro de los resultados que pueden verse en el proceso autónomo es el cultivo y cosecha de los huertos comunitarios. En una de las asambleas realizada en el mes de abril, las autoridades del comisariado de bienes comunales, informaron a la comunidad los datos de las primeras cosechas de tamarindo y el monto de lo recaudado por las ventas de este. En esa ocasión el tamarindo de manchó debido a las lluvias no previstas y se tuvo que vender por debajo del costo por kilo, lo que habla de la dificultad para mantener estos procesos vivos y de cómo la construcción de un proyecto autónomo es también ir aprendiendo de las dificultades.
Entre el acoso y la esperanza
Estos meses de resistencia han estado marcados también por hechos dolosos contra la comunidad de Ostula. El año de la resistencia ha dejado ocho asesinatos que los comuneros atribuyen a la venganza por parte de los caciques de La Placita. Del mismo modo, han desaparecido de forma forzada tres de los hombres que son piezas claves en la lucha: los comuneros Javier Martínez Robles y Gerardo Vera Orcino y el presidente del comisariado de bienes comunales, Francisco de Asis Manuel.
Con todo lo que significa el dolor de las muertes y las desapariciones, la comunidad de Ostula sabe que los tiempos de lucha serán así y que la mejor forma de rendir tributo a los comuneros que ya no están es honrando la memoria y la vida de compromiso que ellos mantenían. Por eso el 29 de junio pasado celebraron el aniversario de la resistencia con un emotivo evento al que dieron el nombre de jornadas conmemorativas “Por la vida, la tierra y la autonomía de los pueblos originarios”, cuya convocatoria fue dirigida a sus vecinos de Coire y Pómaro, a organismos de derechos humanos, a medios de comunicación, a los pueblos indios del Congreso Nacional Indígena y a la Otra Campaña.
Ostula y el nuevo poblado de Xayakalan cumplieron así un año de una historia que puede leerse desde la dignidad, un año de una resistencia que desafía todos los vicios de la clase en el poder y el amargo sabor de enfrentar al crimen organizado.
En la fiesta de aniversario se recordó la frase pronunciada por Fransisco de Asis Manuel, presidente de bienes comunales, durante la última asamblea en la que estuvo presente: “En esta lucha vamos a morir y no quiero que se pongan tristes porque nuestros hijos y nietos verán el fruto de nuestro sacrificio y sabrán como se defienden las tierras comunales”.
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