Carta de Antonio Cerezo a sus padres: Queridos papá y mamá.

Que la cárcel te marca es cierto, así, tan profundo como nos marcaron sus enseñanzas, de eso que el viejo decía era amar al pueblo…y por amor resistimos y por amor resistiremos, pero también por otro sentimiento tan humano y legítimo como lo es el odio, porque también nos enseñaron a odiar la injusticia, el abuso, el hambre que provocan unos pocos sobre muchos, la miseria económica, pero también la moral…


Queridos papá y mamá.

Han pasado dos años y medio desde que recuperamos nuestra libertad, mismo tiempo en el cual no les hemos escrito. Pero esta es una fecha importante para nosotros y por eso creo que vale la pena hacerlo. Sé que los órganos de seguridad del Estado leerán esta carta y que tal vez, porque ya lo hicieron antes, expresiones de afecto plasmadas en ésta sean utilizadas cuando nos amenacen nuevamente, sin embargo estoy convencido que ese hecho no puede desvirtuar nuestros sentimientos ni nuestras palabras.

Como ustedes seguramente recuerdan ya pasaron diez años desde aquél día en que fuimos detenidos, torturados y encarcelados en el penal de máxima seguridad que se llama “Altiplano”: qué días aquellos de incertidumbre, de temor, pero también de certezas, de saber, de estar convencidos de que lo más importante es la dignidad del hombre y de que nuestros actos son lo que nos definen.
Hay cosas que no olvidamos, hay cosas que no olvido: la tortura, las amenazas, lo que decían el militar y el policía que nos interrogaron mientras nos torturaban. ¿Cómo olvidar los argumentos que justificaban la tortura? ¿Cómo olvidar esa voz que me decía que me torturaba porque ellos sí querían que hubiera pobres, sino, quienes les iban a lavar los carros?

Así como hay personas que luchan con total entrega por la justicia, por acabar con esta realidad que nos lacera a todos o por la paz; hay personas que luchan con total entrega para mantener el estado de las cosas, hay personas sin ningún dejo de compasión, capaces de torturar, de asesinar, de desaparecer a otras personas y hacerlo, además, desde las instituciones del Estado, de un Estado que se supone debe velar por el respeto de los derechos humanos de toda la población.

Hay quienes piensan que tanta maldad en una persona o en muchas no es posible y que todavía tienen algo bueno en su ser. Yo pienso que eso es negarse a ver la realidad, es negar el dolor infligido premeditadamente a otros seres humanos, es negar que hay planes y estrategias cuyos métodos implican la destrucción por medio de la sevicia de otros seres humanos; es como negarse a ver una realidad cruel, tan cruel que es necesario aferrarse a la posibilidad de que las personas se vuelvan buenas o recuperen la bondad que han perdido hace mucho tiempo y han enterrado junto con los derechos humanos violados de forma sistemática y permanente de millones de personas. Quién sabe, tal vez pienso así porque las cárceles federales de máxima seguridad son escuelas para entrenar violadores de derechos humanos y en donde nosotros, los presos, las personas que estuvimos ahí y las que continúan estando somos o fuimos con quienes los custodios aprendieron a violar los derechos humanos.

No puede haber bondad donde no hay compasión, no puede haber humanidad, donde los hombres se afirman negándola, la de otros y la suya misma; donde unos hombres son tratados como cosas o animales y por ello quienes los tratan así tienen el derecho e incluso la obligación de hacerlos sufrir.

Y si la cárcel es tan sólo un ejemplo de esta deshumanización creciente el resto de espacios sociales también lo son, salvo los pequeños esfuerzos que se aferran con actos a la posibilidad de desarrollar nuevas formas de relación entre los seres humanos.

Estoy convencido de que sólo la unidad de esos pequeños esfuerzos puede cambiar la realidad injusta y cruel en la cual vivimos. Sí, la unidad, esa palabra tan fácil de escribir, de pronunciar, pero tan difícil de construir, sobre todo cuando se nos olvida qué es lo importante: y en este caso lo importante, lo verdaderamente importante, es detener esta maquinaria de muerte y desolación que han echado a andar en nuestro país, sin olvidar que la única garantía de que no vuelva a funcionar es resolver de raíz las causas económicas, políticas y sociales que hacen posible que funcione.

Lee la carta completa en la pagina del Comite Cerezo

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