Los políticos y periodistas se burlan de nuestro movimiento, tratando de imponer en él su propia carencia de racionalidad. Según ellos, nos rebelamos porque nuestro gobierno es corrupto, o porque nos gustaría tener acceso a más dinero, más empleo.
Destrozamos los bancos porque reconocemos el dinero como causa central de nuestras penas, si rompemos las lunas de los escaparates no es porque la vida sea cara sino porque la mercancía nos impide vivir a cualquier precio. Si atacamos a la escoria policial, no es sólo en venganza por nuestros compañeros muertos sino porque entre este mundo y el que deseamos, siempre van a suponer un obstáculo.
Sabemos que ha llegado el momento de pensar estratégicamente. En este momento tan importante sabemos que la condición indispensable de una insurrección victoriosa es que se extienda, al menos, a nivel europeo. Los pasados años hemos visto y hemos aprendido: las contracumbres a lo largo del mundo, los disturbios estudiantiles y en los suburbios de Francia, el movimiento anti-TAV en Italia, la Comuna de Oaxaca, los disturbios de Montreal, la agresiva defensa de Ungdomshuset en Copenague, los disturbios contra la Convención Nacional Republicana en los Estados Unidos, y la lista continúa.
Nacidos en la catástrofe, somos los hijos de una crisis global: política, social, económica y ecológica. Sabemos que este mundo es un callejón sin salida. Hay que estar loco para agarrarse a sus ruinas. Hay que ser acertado para autoorganizarse.
Hay una obviedad en el rechazo total a los partidos y organizaciones políticas; son parte del viejo mundo. Somos los hijos engreídos de esta sociedad y no queremos nada de ella. Ese es el pecado que nunca nos perdonarán. Tras las máscaras negras, somos vuestros hijos. Y nos estamos organizando.
No nos esforzaríamos tanto en destruir lo material de este mundo, sus bancos, sus supermercados, sus comisarías, si no supiéramos que en al mismo tiempo socavamos su metafísica, sus ideales, sus ideas y su lógica.
Los medios describirán todo lo ocurrido las pasadas semanas como una expresión de nihilismo. Lo que no entienden es que en el proceso de asalto y acoso a su realidad, hemos experimentado una forma de comunidad superior, de reparto, una forma superior de organización alegre y espontánea que establece la base de un mundo distinto.
Cualquiera podría decir que nuestra revuelta encuentra su propio fin en que se limita a la destrucción. Esto sería cierto en caso de que junto a las los enfrentamientos callejeros, no hubiésemos establecido la necesaria organización que requiere un movimiento a largo plazo: cantinas provistas por saqueos regulares, enfermerías para sanar a nuestros heridos, los medios para imprimir nuestros propios periódicos, nuestra propia radio. A medida que liberamos territorio del imperio del Estado y su policía, debemos ocuparlo, llenarlo y transformar sus usos de manera que sirvan al movimiento. De este modo, el movimiento nunca para de crecer
Por toda Europa, los gobiernos tiemblan. Seguro que lo que más temen no es que se reproduzcan los disturbios locales sino la posibilidad real de que la juventud occidental encuentre sus causas comunes y se levante como una sola para darle a esta sociedad su golpe final.
Esta llamada va dirigida a todo el que quiera escucharla:
Desde Berlín a Madrid, de Londres a Tarnac, todo es posible.
La solidaridad debe transformarse en complicidad. Los enfrentamientos deben expandirse. Deben declararse las comunas.
De esta manera, la situación nunca retornará a la normalidad. De esta manera las ideas y prácticas que nos unen serán lazos reales.
De este modo seremos ingobernables.
Un saludo revolucionario a los compañeros de todo el mundo. A los detenidos, ¡os sacaremos!
Destrozamos los bancos porque reconocemos el dinero como causa central de nuestras penas, si rompemos las lunas de los escaparates no es porque la vida sea cara sino porque la mercancía nos impide vivir a cualquier precio. Si atacamos a la escoria policial, no es sólo en venganza por nuestros compañeros muertos sino porque entre este mundo y el que deseamos, siempre van a suponer un obstáculo.
Sabemos que ha llegado el momento de pensar estratégicamente. En este momento tan importante sabemos que la condición indispensable de una insurrección victoriosa es que se extienda, al menos, a nivel europeo. Los pasados años hemos visto y hemos aprendido: las contracumbres a lo largo del mundo, los disturbios estudiantiles y en los suburbios de Francia, el movimiento anti-TAV en Italia, la Comuna de Oaxaca, los disturbios de Montreal, la agresiva defensa de Ungdomshuset en Copenague, los disturbios contra la Convención Nacional Republicana en los Estados Unidos, y la lista continúa.
Nacidos en la catástrofe, somos los hijos de una crisis global: política, social, económica y ecológica. Sabemos que este mundo es un callejón sin salida. Hay que estar loco para agarrarse a sus ruinas. Hay que ser acertado para autoorganizarse.
Hay una obviedad en el rechazo total a los partidos y organizaciones políticas; son parte del viejo mundo. Somos los hijos engreídos de esta sociedad y no queremos nada de ella. Ese es el pecado que nunca nos perdonarán. Tras las máscaras negras, somos vuestros hijos. Y nos estamos organizando.
No nos esforzaríamos tanto en destruir lo material de este mundo, sus bancos, sus supermercados, sus comisarías, si no supiéramos que en al mismo tiempo socavamos su metafísica, sus ideales, sus ideas y su lógica.
Los medios describirán todo lo ocurrido las pasadas semanas como una expresión de nihilismo. Lo que no entienden es que en el proceso de asalto y acoso a su realidad, hemos experimentado una forma de comunidad superior, de reparto, una forma superior de organización alegre y espontánea que establece la base de un mundo distinto.
Cualquiera podría decir que nuestra revuelta encuentra su propio fin en que se limita a la destrucción. Esto sería cierto en caso de que junto a las los enfrentamientos callejeros, no hubiésemos establecido la necesaria organización que requiere un movimiento a largo plazo: cantinas provistas por saqueos regulares, enfermerías para sanar a nuestros heridos, los medios para imprimir nuestros propios periódicos, nuestra propia radio. A medida que liberamos territorio del imperio del Estado y su policía, debemos ocuparlo, llenarlo y transformar sus usos de manera que sirvan al movimiento. De este modo, el movimiento nunca para de crecer
Por toda Europa, los gobiernos tiemblan. Seguro que lo que más temen no es que se reproduzcan los disturbios locales sino la posibilidad real de que la juventud occidental encuentre sus causas comunes y se levante como una sola para darle a esta sociedad su golpe final.
Esta llamada va dirigida a todo el que quiera escucharla:
Desde Berlín a Madrid, de Londres a Tarnac, todo es posible.
La solidaridad debe transformarse en complicidad. Los enfrentamientos deben expandirse. Deben declararse las comunas.
De esta manera, la situación nunca retornará a la normalidad. De esta manera las ideas y prácticas que nos unen serán lazos reales.
De este modo seremos ingobernables.
Un saludo revolucionario a los compañeros de todo el mundo. A los detenidos, ¡os sacaremos!
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