Ponencia leída por  Antonio Cerezo del Comité Cerezo y  representante de la Coordinadora  Metropolitana contra la militarización y la Violencia de Estado.
La militarización, una falsa solución a los problemas económicos y sociales en nuestro país.
El proceso de militarización que vivimos   en México no es reciente, no inició en el último sexenio ni con la   alternancia partidista en el gobierno federal. Sin embargo,   identificamos una agudización de este fenómeno en los últimos años que   resulta preocupante en extremo y que exige la reflexión y la   organización de la sociedad. 
Asumimos que la agudización del proceso de   militarización es ocasionado por la importación de la agenda de   seguridad de los Estados Unidos a través del apoyo logístico y   financiero que proviene de la Iniciativa Mérida, complemento militar del   TLCAN. Como se sabe, a la par de los tratados de libre comercio,   Estados Unidos impulsa convenios de seguridad binacionales (como el Plan   Colombia o la propia Iniciativa Mérida); o bien regionales   (Centroamérica y Cuenca del Caribe).Dichos convenios, además de los   objetivos explícitos de las políticas promovidas por los Estados Unidos   (combate al crimen organizado, guerra contra el terrorismo, guerra   contra el narcotráfico), son utilizados para acosar y eliminar a los   opositores de los Estados que los firman, al mismo tiempo que   constituyen un mecanismo altamente eficaz de control social.
Con base en lo dicho anteriormente,   debemos comenzar señalando que el proceso de militarización que estamos   viviendo en México durante los últimos años ha implicado un estado de   sitio de facto que ha dejado en total indefensión a los habitantes de   regiones y ciudades del país como Juárez, Tamaulipas, Michoacán,   Guerrero, Nuevo León, etc. Como consecuencia de dicho estado de sitio,   hemos asistido a un escenario social en el que las violaciones a los   Derechos Humanos cometidas por las Fuerzas Armadas no sólo se han   generalizado, sino que ocurren con total impunidad. De manera paralela   el gobierno mexicano ha echado mano de una retórica bélica, que   anteriormente no era expresada de manera pública, lo que sin duda no   sólo contribuye a generar más violencia, sino que además promueve y   justifica una cultura militarista que se difunde entre la población y,   especialmente, entre la juventud.
Los argumentos para este avance de la   militarización y el autoritarismo centran su justificación en la   expansión del llamado crimen organizado, particularmente del   narcotráfico, los secuestros y las extorsiones. Sin embargo, no se habla   de las condiciones, económicas y sociales, que han propiciado que un   mayor porcentaje de la sociedad se haya incorporado a este tipo de   actividades
Los participantes en la Coordinadora   Metropolitana contra la Militarización y la Violencia de Estado   consideramos que es necesario dejar de lado los discursos que promueven   el miedo y que plantean el problema en términos de buenos contra malos,   ya que, hasta el momento, el resultado de esta manera de plantear la   problemática por parte del Estado mexicano ha ocultado una situación que   debe ser descrita como de crisis humanitaria, en la que distintos   sectores; entre los que destacan las mujeres, los jóvenes y los   migrantes, resultan un blanco recurrente de distintos tipos de   violencia, sobre todo de aquella que proviene del propio Estado.
Es importante decir que lo que ocurre en   México es la materialización de un proceso histórico en el cual se ha   promovido el empobrecimiento masivo de la población, la precarización   del trabajo, la reducción del gasto estatal en educación, salud y   sistemas de pensiones. No obstante, cuando los medios de difusión   masiva, funcionarios del gobierno o los “especialistas” en la materia,   hablan del “terrible clima de inseguridad” en el que vivimos, omiten   explicar que esta inseguridad proviene del ataque a las garantías   sociales, de la destrucción de las expectativas y del futuro de millones   de niños y jóvenes y de la atomización de la sociedad que se promueve   con la cultura del individualismo.
El incumplimiento de la obligación que   tiene el Estado para garantizar, promover y vigilar los derechos humanos   de toda la población, así como la ausencia del castigo a los culpables   de las violaciones a los derechos humanos provocan incertidumbre, no   obstante dicha incertidumbre se ve canalizada por el miedo a la   delincuencia que promueven, mediáticamente, los grandes consorcios y las   elites gobernantes del país.
En el discurso contra la inseguridad   también se ha omitido el hecho de que otra de las vertientes del proceso   de militarización no tiene que ver con perseguir o castigar a narcos o   secuestradores, sino que se dirige contra los pobres y los luchadores   sociales. Por medio de la política de crear “enemigos internos”, el   estado criminaliza la pobreza, la protesta social y el disenso. Así, el   discurso de la “seguridad” resulta oportuno cuando se utiliza para   contener los efectos del desastre neoliberal; tanto los socioeconómicos,   cuyo ejemplo es la proliferación de estrategias de supervivencia que  se  encuentran al margen de la legalidad; como los efectos de las  legales y  legítimas resistencias al saqueo, al despojo y al ataque  sistemático  contra las condiciones de vida de la clase trabajadora y de  la población  en general.
En ese sentido observamos que la   política de militarización también se activa cuando se pone en riesgo la   ganancia de los empresarios más poderosos del país o del extranjero.   Como ejemplo de esto podemos remitirnos a los casos en los que los   pueblos indígenas y las comunidades campesinas defienden su territorio y   las maneras en que ancestralmente se han relacionado con él. En todos   estos casos las fuerzas represivas que se crean, profesionalizan y a  las  cuales se destinan enormes porciones del erario público, son  utilizadas  para asegurar la expoliación de recursos estratégicos como  los  minerales, el acceso a la biodiversidad, el agua o cualquier otro   elemento que resulte atractivo para el mercado. Esto es lo que   actualmente sucede en distintas zonas del país, donde las mineras   amenazan con irrumpir en el territorio contaminando el medio ambiente.   Lo mismo ocurre en los territorios que se encuentran en disputa debido a   que ofrecen cuantiosas ganancias tal y como ocurre ahora en Lomas de   Poleo, Ciudad Juárez o como ocurrió en San Salvador Atenco, Estado de   México.
Tampoco debemos ignorar que la   militarización es un recurso indispensable de los gobiernos ilegítimos y   de las ofertas políticas que carecen de contenidos genuinos: Mano  dura,  cámaras de vigilancia, tolerancia cero y programas de mochila  segura,  es lo único que la clase política está dispuesta a ofrecer. Por  eso  invierten enormes sumas de dinero en su propaganda del miedo, para  eso  promueven la desconfianza, la delación, el desgarramiento del  tejido  social.
El Estado Mexicano y los medios de   difusión masiva se empeñan en plantear la problemática de manera burda   ya que, al igual que el movimiento blanco contra la delincuencia, les   resulta primordial alegar que debemos de conducirnos de manera   apolítica, tan solo pedir soluciones que no resuelven las desigualdades   sociales, lo cual allana el camino al autoritarismo y a las prácticas   violatorias de los derechos humanos. 
Nosotros sabemos que esto es falso,   que la problemática de la inseguridad y de la violencia de Estado son   asuntos eminentemente políticos porque son el resultado de políticas   gubernamentales, las cuales obedecen a la necesidad de construir   enemigos para legitimar un sistema político envilecido y corrupto, que   opera con la complicidad de las empresas y el Estado para facilitar la   intervención del mercado en cada espacio del territorio nacional que les   resulte rentable.
La muerte en cifras.
Las cifras son contundentes, desde el   inicio de la gestión del presidente Felipe Calderón al final del año   2010, han muerto en palabras del secretario técnico del Consejo de   Seguridad Nacional, Alejandro Poiré 33 797 personas en el contexto de la   que hoy llaman “lucha contra el narcotráfico”.[1]
Para nosotros aunque se separe el número   de muertos entre los ocasionados por los enfrentamientos de “carteles   de la droga” y los que causa el actuar de las fuerzas armadas, ambos   tienen un mismo origen estructural, pues los carteles no existirían sin   la serie de políticas gubernamentales que se han desarrollado desde  hace  al menos 30 años en el país, su existencia es consecuencia de la   violencia que el Estado implementa a través de sus políticas de recorte   al gasto social.
“En Ciudad Juárez se registraron 191   homicidios por cada 100 mil habitantes, confirmando a la ciudad como la   más violenta del mundo”.[2]   Este es otro de los resultados de la estrategia de miedo y control   social que ha implementado el gobierno. Otro ejemplo terrible de muertes   se muestra en un estudio dado a conocer el mes pasado por la Red por   los Derechos de la Infancia. En México, “nueve de cada 100 mil   adolescentes (de 15 a 17 años) mueren asesinados, pero en Chihuahua…la   cifra es de 45.” El estudio de la Red, asegura, que a Chihuahua le sigue   Baja California con una tasa de homicidios de 23.7 por cada 100 mil[3],
Es evidente que las condiciones   estructurales niegan las expectativas de trabajo a miles de jóvenes y   los arrojan a situaciones que facilitan su enrolamiento en los carteles   del narcotráfico esto lo confirma la propia SEDENA en un informe que un   medio electrónico publica:
“Durante los gobiernos de Vicente   Fox y Felipe Calderón (diciembre de 2000 a diciembre de 2009), mil 326   menores han perdido la vida en la llamada guerra contra el crimen   organizado. Del total, 600 han fallecido en balaceras entre   narcotraficantes o presuntos delincuentes y autoridades; los otros 726,   cuyas edades iban de los 15 a los 17 años de edad, fueron asesinados  por  ser sicarios o narcomenudistas, revelaron mandos de la Secretaría  de la  Defensa Nacional (Sedena)”…En el periodo del primero de diciembre  de  2006 a febrero de 2010 (gestión de Felipe Calderón), la Sedena ha   contabilizado 600 muertes de menores de edad, que supuestamente   participaban como distribuidores de droga al menudeo o como sicarios. El   40 por ciento de los casos se registró de abril de 2009 al 28 de   febrero de este año, al sumar 173 casos”[4]. 
Estos datos son relevantes pues   comprueban, una vez más, que uno de los sectores de la población que   está siendo golpeado con más firmeza por la estrategia del gobierno   federal, es la juventud, esa que, cómo ya dijimos, sufre los embates de   la violencia estatal que no le asegura una forma de vida digna y se   enfrenta a una sociedad hipócrita en la que, por un lado, se premia la   acumulación de dinero, sin importar los medios con los que se obtenga;   pero, por el otro lado, la censura del narcotráfico.
Otra cifra lamentable es el del número   de mujeres asesinadas: 1,080, de 2006 al 2010 según los documentos de la   SEDENA; este número aumenta conforme nos acercamos al presente, pues   tan sólo en 2010 ocurrieron 427 casos.
Las cifras anteriores nos permiten,   afirmar que el Estado mexicano ha decidido profundizar, en los últimos   cuatro años, la aplicación de una guerra que nos afecta profundamente y   que tiene como fin la imposición de un modelo económico injusto y   acelerar el control absoluto de la sociedad eliminando toda disidencia.
Las violaciones de Derechos Humanos.
La guerra que el Estado mexicano nos   impone agrava la ya de por sí crítica situación con respecto a la   violación de los derechos humanos de la población. A la pobreza, que   afectaba a 80 millones de mexicanos en 2008 y que implica la violación   permanente y sistemática de muchos otros derechos humanos como son el   derecho al trabajo bien remunerado, a la educación, a la salud, a la   recreación, a la vivienda digna etcétera,[5]debemos   sumar la violación de los derechos de la población que ha decidido   organizarse y protestar contra estas condiciones de vida y contra las   decisiones que el Estado toma sin consultarlos.
Como ejemplos de lo anterior podemos   citar la represión que ocurrió en mayo de 2006 contra el movimiento de   San Salvador Atenco, y que tuvo, entre otros resultados, 2 personas   muertas, cientos de presos, de torturados y más de 20 mujeres agredidas   sexualmente; la represión contra el movimiento social de Oaxaca que   alcanzó su momento más álgido en octubre y noviembre de 2006 y que   arrojó más de 20 ejecutados extrajudicialmente y cientos de presos y de   torturados; y la represión contra el movimiento magisterial de Morelos   que ocurrió en 2008, y que arrojó cifras de decenas de detenidos y   torturados.
En todos los casos anteriores se   violaron los derechos a la vida, a la integridad física y moral, a la   organización, a la libre expresión de las ideas, a la manifestación, al   libre tránsito, al debido proceso legal, entre otros. Pero también   tenemos ejemplos más recientes de actos que constituyen violaciones   graves a los derechos humanos: La ejecución extrajudicial de once   luchadores sociales en 2010[6],   entre los que se encuentran Josefina Reyes Salazar, quien luchaba   contra los abusos del ejército en Ciudad Juárez y fue ejecutada el 3 de   enero, Marisela Escobedo Ortiz, quien luchaba por justicia para su hija   asesinada en Cd, Juárez y fue ejecutada el 16 de diciembre, y la   detención-desaparición de siete luchadores sociales durante ese mismo   año.
La detención-desaparición ha vuelto a   ser un mecanismo de represión política como en los años de la llamada   guerra sucia y, actualmente, también es un mecanismo de control social.   El derecho a no ser detenido-desaparecido es otro derecho que no se   respeta en México y ningún funcionario del Estado ha sido castigado por   su responsabilidad en este crimen cuyo nivel de impunidad es del 100%.
Sin embargo, no sólo la población   organizada ha sido víctima de violaciones graves a los derechos humanos,   no obstante estos casos han intentado ser ocultados o minimizados al   igual que la gran cantidad de violaciones a los derechos que sufre la   población civil víctima de la “guerra o lucha” que el Estado mexicano ha   profundizado contra el enemigo interno que él mismo construyó: el   narcotráfico.
En este contexto, se han restringido,   por vía de los hechos, derechos humanos básicos. Ciudad Juárez,   Chihuahua es un ejemplo que muestra que el Estado no respeta, no   garantiza ni promueve el derecho a la vida, a la integridad física y   emocional, a la justicia, a la organización, a la manifestación, a la   libertad de expresión, al libre tránsito, al debido proceso; basta ver   los números de feminicidios, de niños y niñas muertos en retenes o en   enfrentamientos y de las masacres de jóvenes sin relación con la   delincuencia. Estas cifras muestran que el estado Mexicano ha violado   sistemáticamente los derechos humanos de millones de compatriotas por   comisión, por omisión y por aquiescencia.
Sumado a esto, existe otra vía por la   cual se restringen nuestros derechos humanos: la modificación de leyes   que criminalizan la protesta social, de la cual sólo daremos dos   ejemplos: La ley federal contra la delincuencia organizada y la   definición del delito de terrorismo. La primera de estas ha sido   cuestionada como resultado del Examen Periódico Universal al que se   presentó México ante la ONU en 2009, porque su definición de   delincuencia organizada es tan abierta que no se apega a los criterios   de la legislación internacional en dicha materia. Esto significa que   cualquier luchador social puede ser acusado, en cualquier momento, de   dicho delito, basta con que un juez reúna indicios y no necesariamente   pruebas plenas para abrirle un proceso judicial, de tal manera que   indicio puede ser que alguien haya escuchado a otra persona decir que el   procesado participaba en alguna organización criminal o la declaración   de un testigo protegido por las autoridades y que el acusado no  conoce.
El delito de Terrorismo, según la nueva   definición, también incluye a “quienes por cualquier otro medio   violento…” presionen “a la autoridad para que tome una determinación”.   Según el Artículo 139 del Código Penal. Por tanto, si las autoridades   consideran que una huelga, un plantón o una marcha sobre una carretera   son un medio violento que utilizan los manifestantes para presionar a   una autoridad, y, además, causan “alarma, temor o terror en la población   o en grupo o sector de ella”, con apego a su legislación aplicarán el   delito de terrorismo a los luchadores sociales y si son más de tres es   posible que les apliquen La ley federal contra la delincuencia   organizada.
De esta manera los luchadores sociales y   la población en general, que vemos restringidos nuestros derechos   humanos, por la vía de los hechos y las modificaciones a las leyes   podemos pasar a ser, por decisión de las autoridades y en cualquier   momento, peligrosos miembros de la delincuencia organizada o “daños   colaterales” de la misma.
Conclusiones
El proceso de militarización de nuestro   país se ha acentuado en los últimos cuatro años, como un instrumento   para asegurar la implementación de medidas desreguladoras del mercado,   que tienen como consecuencia el estrangulamiento de los derechos a la   educación, el empleo y la salud y por lo tanto en el cierre a la   expectativa de una vida digna de miles de trabajadores de este país.   Esto implica para los grupos dirigentes de este proceso, la creación de   marcos jurídicos y campañas mediáticas para criminalizar a cualquier   persona o grupo que no esté de acuerdo con su visión.
Otro punto a destacar es que la   militarización del país conlleva necesariamente una política   estructurada para causar miedo y terror entre la población, con la   intención de que los habitantes del país legitimemos la presencia de los   militares en las calles: por un lado se realza la figura del militar y   del policía, así como de las Instituciones encargadas de la seguridad   pública; mientras que por otro lado, se explota mediáticamente, el   trauma familiar que implica ser víctima de la violencia estructural a la   que nos hemos referido, esto crea un precedente en la sociedad   cultivando el miedo a la realidad, a la vida y a la organización como   opción de transformación social.
Que el miedo se apoderé de nuestras   vidas es sólo un primer momento en el transcurso de la normalización de   la violencia, interés primario de nuestro gobierno en su estrategia   psicológica, si las personas comenzamos a observar como algo cotidiano   el número de muertes y el aumento de la violencia, no cuestionaremos el   por qué de estos hechos, solamente los dejaremos pasar, y, aunque no  los  legitimemos de manera activa, sí estaremos permitiendo su   implementación al no hacer nada.
Este proceso de militarización sólo se   detendrá si denunciamos abiertamente que la estrategia federal desprecia   la vida humana y nos desensibiliza ante su violencia.
La Coordinadora Metropolitana contra la   Militarización y la Violencia le exige al Estado que cumpla con la   responsabilidad social que tiene con toda la población asignándole un   porcentaje mayor del aumento al presupuesto de seguridad a los rubros   del llamado gasto social, con el objetivo, de crear trabajos bien   remunerados, que posibiliten condiciones de vida digna.
Exigimos que el Ejército no cumpla funciones policíacas y que las policías no se militaricen
Exigimos juicio y castigo a todos los   responsables de las violaciones de derechos humanos contra la población   civil, los luchadores sociales y los defensores de derechos humanos.
Por último hacemos un llamado a   incrementar los esfuerzos de información y de sensibilización respecto   al tema de la militarización y la violencia de Estado; a intensificar la   organización para exigir alto a la impunidad, y para exigir justicia.   Debemos de evitar que la mayoría de la población considere la   militarización y la guerra de este gobierno como las únicas soluciones   posibles a los problemas económicos y sociales que vivimos en la   actualidad.
Coordinadora Metropolitana contra la militarización y la Violencia de Estado.
 [1] AP. “En 2010 los asesinatos relacionados con el narco subieron un 63%”, en http://www.oem.com.mx/laprensa/notas/n1922281.htm, consultado el día 3 de Febrero de 2011.
 [2] Rodríguez Ruth. “Suman 900 niños muertos por lucha antinarco”, en http://www.eluniversal.com.mx/notas/685930.html, consultado el día 3 de Febrero de 2011.
 [3] Expreso Chiapas, “En México…Alarmante índice de muertes violentas de jóvenes de 15 a 17”, en http://www.expresochiapas.com/noticias/estatal/16430-en-mexicoalarmante-indice-de-muertes-violentas-de-jovenes-de-15-a-17.html, consultado el día 3 de Febrero de 2011.
 [4] El Polvorin, “Son cifras de la SEDENA, empezó en el sexenio de Fox pero la mayoría han ocurrido en el sexenio de Calderón”, en http://elpolvorin.over-blog.es/article-mas-de-1-300-menores-muertos-y-mas-de-mil-mujeres-muertos-en-la-guerra-contra-el-narco-47645641.html, consultado el día 3 de Febrero de 2011.
 
 
 
 
 
 
 
1 comentarios:
Justo este fin en una comida salio este tema y un buen amigo nos recordo que lo primero que hizo el Calderon cuando tomo protesta fue aumentar el salario a los militares, para evitar tenerlos en su contra, cada vez que la situacion se pone mas intensa aparece un reconocimiento para el ejercito un promocional de las fuerzas armadas o como hace poco, otro incremento de suelto para los soldados, como que es el modo de mandarle el mensaje a la poblacion de que no se pueden poner a pensar en un golpe de estado por que las armas estarian en su contra...
Pues ya vimos que en estos dias y en su sexenio es donde mas se ha gastado en "seguridad" e ironicamente es cuando el pais esta mas "inseguro"
Buen dia a TODOS
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